miércoles, 30 de septiembre de 2015

Agua amarilla

Últimamente le estoy cogiendo gusto a los meos. Me encanta cuando salen esos chorrazos de meada calentita y me rocían todo el cuerpo, o me ponen perdida la cara y la boca. Me gusta oler a meada de machote y limpiar un buen rabo saladito mientras siento el olorcito a baño público en todo mi cuerpo. Sobre todo me ponen los meos de los rabacos grandes, de las pollas morenitas (negras o latinas) y de los chavales jovencitos. Aunque tengo que decir que la primera meada que recibí fue de un tio hecho y derecho, nada pollón y blanco velludo. 

Aquella vez estaba en el parque, buscando biberones como de costumbre. Yo tendría unos 20 años, y solía pasar a menudo por aquella zona. Me bastaba con comerme un rabo y poco más. No como hoy, que si no me trago dos o tres pollas y recibo varios lefotes no me voy satisfecho. Lo de las meadas nunca me había llamado la atención, aunque alguna vez que se me había escurrido la orina por la mano me la había olido con curiosidad y no me desagradaba. 

Ese día acabé entre unos matorrales de rodillas, como es costumbre en mi, delante de un cuarentón con un rabo no muy grande, pero bien venoso y duro, de esos que me fascinaban en aquella época. Y empecé a mamarle la polla que aún tenía flácida. Me encanta que un rabo se ponga duro dentro de mi boca; metérmelo entero colgando y sentir como aquello va creciendo lentamente hasta que mi boca no puede abarcarlo. El caso es que me puse a mamar y al poco tiempo, antes de que se le pusiera dura, sentí un líquido caliente en mi boca. Pensé por un momento que se había corrido (lo que me extrañó, por la ligereza y porque el rabo no se puso duro aún). Pero pronto me di cuenta que aquello no era lefa, sino que tenía un sabor más amargo y salado. Y comprendí que el tío se estaba meando en mi boca. Enseguida saqué la polla de mi boca y escupí la meada. El tio me pidió perdón y me dijo que se estaba meando y que no pudo contenerse. Yo creo que en realidad se meó queriendo en la boca de ese veinteañero vicioso. 

Lo cierto es que se puso a mear al lado mío mientras yo le miraba. Enseguida lanzó un buen chorreón de meada junto a un árbol y me salpicó un poco en la cara. Pero no la quité. Sentí ganas de notar esos goternes calientes en mi cara y empecé a excitarme mucho. Sin pensarlo, metí la lengua en medio de ese chorreón de orín y los salpicones se hicieron mayores mientras mi lengua se llenaba de ese amargor caliente. De reojo, vi cómo el tío sonreía. Se había dado cuenta de que esa meada fortuita en mi boca me había descubierto un grado más de morbo. Así que cuando terminó de mear, y aún le quedaban algunas gotas en la punta del capullo, lo meneó delante de mi cara para escurrirse la polla. Y yo sentí como si me estuviera bendeciendo con goterones de lluvia dorada. Seguidamente, me metí su rabo en la boca, ya duro, y lo limpié de meado. 


Después de aquello, no volví a recibir lluvia hasta años después, ya en una casa y con conciencia de querer sentir un buen chorreón de orines. Y me encantó ser duchado con agua amarilla.

Habitualmente los meos se reciben en una bañera, por razones obvias. Pero lo que más me gusta es que me meen en otro sitio, en algún patio, en alguna terraza... lugares donde sentir que estoy siendo utilizado por el machote, que tiene ganas de mear y que le apetece echarla encima mía. Lo mejor para una buena meada, por supuesto, la playa. Allí puedes recibir una buena lluvia al aire libre y después meterte en el agua y limpiarte bien. Nada como un chorreón calentito y amargo de orines de machote.