martes, 10 de noviembre de 2009

En el parque

Los parques son especialmente morbosos para ligar. Cada vez que voy a alguna ciudad me gusta averiguar en qué parques se practica cruising e irme a ver el panorama y, por supuesto, a comerme alguna polla. Eso de ponerse de rodillas en unos matorrales es excitante. Me pone caliente saber que estoy mamando mientras a mi alrededor pasean, juegan, practican deporte... 

Hace tiempo sin embargo que no encuentro mucho aliciente en los parques, porque hay cada vez menos lugares para resguardarse. Y han ido desapareciendo los estudiantes que solían ir a los parques. Yo me he desvirgado en un parque. En Sevilla, el Parque de María Luisa ha sido mi iniciación, y allí me he pasado horas dando vueltas en busca de rabos. Y allí he tenido experiencias de lo más variopintas. Cuando era estudiante, me saltaba las clases y me iba al parque a hacer un poco de cruising. 

Esa ceremonia de pasear, mirando a un lado y a otro, con la polla dura debajo del pantalón... oteando a ver si veías a alguien que te miraba igual, que se metía la mano en el bolsillo y notabas cómo se acariciaba el bulto... Tengo que reconocer que siempre he sido un poco mirón (y siempre me ha excitado que me miren). Por eso a veces daba vueltas alrededor de un tío que parecía estar meando, a ver si se daba vuelta y me enseñaba ese rabo tieso, duro y deseoso de ser mamado. 

En el Parque de María Luisa me dieron mi primer puntazo entre unos matorrales. Me dolió mucho, pero al mismo tiempo me pareció morboso estar dándole el culo a un tio que me atravesaba con su verga. En el parque también fue la primera vez que me comí varios rabos a la vez. Primero empecé con dos tíos que se estaban tocando junto a un árbol y que me invitaron a abrir la boca y tragarme sus pollas. Y luego otro tío apareció, mirando, y metiéndome también su rabo. Fue donde me aficioné a tener varios capullos acariciando mis labios y mi lengua. 

También el parque comenzó mi afición por las meadas. Me excitaba ver a un tío mear delante de mí. Como algunos lo hacían para sacarse la churra con una excusa, a mi se me ponía durísima viendo salir ese chorro de meada por la polla. Hasta que un día le pedí a un tío que me diera su rabo justo después de mear, mojado aún con los últimos rastros de líquido, y saboreé su capullo salado. Otro día le dije a un tío que se escurriera la meada en mi cara, salpicándome con gotas de meada. Y finalmente a otro le pedí que me echara un chorro en mi boca, para saborearlo. 



Pero los parques tienen también sus incovenientes. Sobre todo de noche. Más de una vez he tenido que salir corriendo de entre los matorrales. Una, porque sentí en mi cara la luz de una linterna y la voz de un policía que gritaba. Logré escapar. Otra, porque mientras se la comía a un tío comencé a escuchar ruido entre los matorrales y una voz extraña susurrar. Eran dos tíos que venían a por nosotros, a robar a los maricones. Y entonces también salí corriendo, sin detenerme a comprobar si al tío que se la estaba chupando al final le acabaron sacando algo más que la churra. 

Pero, como en todo, tiene parte de morboso y excitante correr esos riesgos. Últimamente no voy mucho a los parques. Echo de menos los tios guarros que se sacaban la polla en cuanto les mirabas, o los chavales que salían, como yo, de sus clases para pajearse o dar de mamar. Ahora sólo veo tios mayores dando vueltas, caras conocidas de hace años que aún siguen yendo aunque cada vez se encuentre menos. Por no haber, no hay ni chaperos. Yo he tenido más de una conversación con algún chaperito buenorro al que me encontraba de vez en cuando, y con el que por supuesto acabé follando.

La última vez que fui a un parque fue en Amate. Un tío del chat me pidió que le esperara entre unos matorrales para comérsela. Lo hice. Y cuando pensaba que ya no vendría, apareció en chandal, sin calzoncillos, sacándose delante de mi una verga generosa que aún no estaba dura. Y comencé a mamársela con ganas mientras se le ponía dura en mi boca. Tenía un buen capullo, y le gustaba meterme la polla hasta la garganta, que le chupara los huevos y le tocara el culo. Y mientras, a lo lejos veías cómo la gente hacía footing, sin imaginar que cerca de ellos un mamón vicioso se la estaba comiendo a un vergón morboso. Hasta que al final se la meneó delante de mi cara y me echó un buen chorro de lefa, bien caliente y espesa, que se quedó colgando de mi barbilla. Esa fue mi última experiencia en un parque (hasta el momento).

No hay comentarios:

Publicar un comentario